Presente en toda Europa, Norte de África y Centro y Oeste de Asia, hallando su óptimo en los países de clima mediterráneo; se encuentra además, como planta invasora, en otras regiones del globo, como ocurre en Norteamérica.
Se expande gracias a un denso sistema de estolones o tallos subterráneos que crece cada año, dando lugar a colonias densas de rosetas de hojas.
A mediados de la primavera emergen tallos portadores de flores con 5 pétalos blancos, parcialmente envueltos por un cáliz en forma de saco.
Las hojas basales son lanceoladas, glaucas –de color verde azulado-, de hasta 4-5 cm de longitud, algo crasas y de borde finamente serrado; las del tallo son más triangulares, menores, pero de textura similar.
Los tallos terminan en una inflorescencia esbelta y elegante, un dicasio, donde cada ramilla se divide en 3, el tallo central o principal rematado por una flor más dos ramillas laterales, de orden menor, que a su vez se dividirán según el mismo modelo continuando la inflorescencia.
Las flores, que se abren por la noche, constan de 3 estilos sobresalientes, 10 estambres, 5 pétalos blancos, profundamente bilobados y soldados por la base y de un cáliz globoso, abierto e hinchado, muy característico, que diferencia la colleja de otras cariofiláceas.
Los pétalos están divididos en dos lóbulos en su parte superior, por lo que pueden dar la apariencia de ser 10, en vez de 5.
A partir de cada flor se forma un fruto en forma de cápsula, con forma de vasija, que aloja numerosas semillas oscuras y arriñonadas; las semillas están cubiertas de pequeños tubérculos, que facilitan su transporte por las mandíbulas de las hormigas.
Este cáliz puede hacerse estallar.
El fruto es una cápsula.
La colleja está ampliamente distribuida; se la encuentra en bordes de caminos y terrenos humanizados.
La colleja es una de las plantas nutricias autóctonas por excelencia en toda la región Mediterránea, pudiendo consumirse las hojas y los tallos tiernos, incluso en crudo.
Es una verdura muy fina, hasta el punto de que ni siquiera suele ser necesario eliminar el agua de cocción para consumirlas.
El hervido previo es recomendable para reblandecer los tejidos de la hoja, aunque no necesario.
Puede emplearse en guisos, hervida, en ensalada o incluso en tortilla, bastando sofreír previamente las hojas, con o sin cocción preliminar.
Su empleo como verdura tradicional se ha ido abandonando con el tiempo, probablemente por lo laborioso de su preparación, ya que las hojas deben separarse los tallos una a una.