Se originaron a partir de la domesticación del muflón en Oriente Próximo hacia el IX milenio a. C. con el objeto de aprovechar su piel, lana, carne y la leche de las hembras.
Fue abundante en Asia y Europa Oriental, pero escaso en el resto de Europa. Durante el Galeriense, hubo al menos tres oleadas migratorias de ovejas salvajes en dirección oeste pero no es seguro que llegasen a la península Ibérica.
La oveja fue uno de los primeros animales “de carne” domesticados y hay evidencias de prácticas ganaderas efectuadas por los cazadores-recolectores en Anatolia que datan de hace unos 10.500 años.
En los siguientes milenios la oveja de la turba se extendió por Europa Central, sus descendientes son la raza churra y el resto de razas del tronco celta.
Hace 4.000 años una nueva migración nos trajo una oveja con una buena calidad de la lana, dando origen al tronco turdetano del que procede el ganado merino.
Los pueblos del mar traerían desde las islas del mediterráneo una oveja más pequeña, que estableció en las costas de Iberia y que conocemos como tronco ibérico.
Tienen una longevidad de 18-20 años.
Su carne y leche se aprovechan como alimento.
Con la leche puede elaborarse derivados lácteos, entre los que destaca el queso.
Con su lana se elaboran distintos productos, especialmente ropa.
También se aprovecha su piel para hacer cuero.
A la hembra se le llama oveja y al macho carnero (que generalmente presenta grandes cuernos, normalmente largos y en espiral).
Las crías de la oveja son los corderos y los ejemplares jóvenes son conocidos como moruecos. Los ovinos son conocidos también (principalmente en Hispanoamérica) como borregos.
Un grupo de ovejas conforman un rebaño.
La cría y utilización del estos animales por parte del hombre se conoce como ganado ovino.
La oveja posee un periodo reproductivo que varía entre 7 y 10 años.
Después de cinco meses de gestación la oveja pare una o dos crías.
En la zona centro y norte de España se prefieren los borregos lechales (que no han provado otro alimento que la leche materna).
En Andalucía, por el contrario, se valoran más los borregos de ocho
dientes con un peso que ronde los once kilos y medio (Una arroba) por
entenderse que la relación entre el peso y la calidad de la carne es
más satisfactoria (Sobre todo para el carnicero, más que para el
consumidor).
Los árabes prefieren la carne del carnero adulto a la del borrego. Esto
debe ser tenido en cuenta si se crían para ser sacrificados en la Fista
del Cordero.