Es similar al camello, del que se diferencia por su pelaje generalmente más corto, cuerpo menos robusto y presencia de una joroba en lugar de dos.
Como su primo asiático, es un tilópodo sin cuernos, con los orificios nasales formando aberturas oblicuas, el labio superior dividido y movible por separado y extensible, con pezuñas, el abdomen elevado y patas largas y delgadas.
Su anatomía muestra todo tipo de adaptaciones a la vida en los desiertos cálidos y arenosos donde vive: las rodillas y tobillos tienen callosidades que las hacen más resistentes al ardor de la arena cuando se sientan, sus pestañas largas y finas mantienen los ojos a salvo de que les entre arena, y en la joroba mantienen un depósito de grasa del que pueden nutrirse e incluso generar agua si es necesario.
Su capacidad de resistencia ante la deshidratación los ha hecho unos animales muy valiosos en el desierto.
El dromedario puede llegar a beber hasta 150 litros de agua en muy poco tiempo.
Los dromedarios son originarios de la Península Arábiga, aunque han sido introducidos por el hombre en multitud de lugares, y no son raros los casos en que estos animales han escapado y formado poblaciones semisalvajes.
A modo de ejemplo se pueden citar los camellos del Sáhara, introducidos por primera vez en la época romana, y los de Australia, que llegaron allí durante las exploraciones inglesas del siglo XVIII, a partir de ejemplares transportados desde las Islas Canarias.
El uso de este animal como motor de trabajo en las tareas agrícolas ha sido común en dicho archipiélago hasta la reciente industrialización, generándose términos propios como guelfo, para definir a la cría del dromedario.
En la Dinastía VI de Egipto está datado un grabado de Asuán, con la imagen de un dromedario y su jinete, desmintiendo la llegada de este animal al desierto del Sáhara, procedente de Oriente, en época cristiana.