En el siglo XIX André Fraçois Miot en los años tormentosos de la Guerra de la Independencia describe Jaén despectivamente como: ... Jaén está construida al pie de una montaña sobre la cima de la cual los moros han elevado una fortaleza que aún subsiste. Los alrededores de la ciudad son poco agradables y el interior sólo presenta calles estrecha y casas bastante mal construidas. Solamente la Catedral es digna de atención ...
También en el siglo XIX Richard Ford encuentra el máximo atractivo de Jaén en que: ... Su posición es sumamente pintoresca por estar a la sombra de una colina coronada por un castillo: las largas líneas de las murallas y las torres moras ascienden penosamente por las laderas irregulares ... Jaén ha sido comparada con un dragón, un cancerbero vigilante ...
También en el siglo XIX Teophile Gautier le impresiona la extraña silueta de la ciudad: ... Una enorme montaña de color ocre, amarillenta como una piel de león, pulvurulenta de luz, dorada por el sol, se alza inesperadamente en medio de la ciudad; torres macizas y largos zig-zags de fortificaciones antiguas atigran sus costados descarnados en líneas raras y pintorescas. La Catedral, inmenso abigarramiento de arquitectura, que desde lejos parece más grande que la misma ciudad, se alza orgullosa como montaña fingida junto a la natural ...
También en el siglo XIX Alejandro Dumas en sus Impresiones de Viaje anota: ... Jaén es una inmensa montaña leonada. El sol, mordiendola, le ha dado un tono bistre sobre el cual las viejas murallas árabes destacan sus líneas caprichosas. La ciudad africana, edificada en la cumbre, ha descendido poco a poco hasta el valle. Las calles empiezan en el primer contrapuerto y principian a escalar la cuesta desde que se atraviesa la Puerta de Bailén ...
En ella se encuentra la Cueva del Cerro de Santa Catalina, la Sima del Cerro de Santa Catalina, el Callejón del Cerro de Santa Catalina.
A los pies del Cerro de Santa Catalina se encuentra la Casería de Manolito Ruiz.