Palacio de los Salazares

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Ubicado en la Calle Abades número 2 parcela catastral 0501303, 0501403VG3800S.
Portada de piedra vista con pilastras lisas adosadas realzadas por pequeñas cornisas.
La casa pertenecio a Don Bernardino Salazar y Frias natural de Burgos (1575-1626) y Canonigo Magistral del Cabildo de la Catedral (predicador del Cabildo), Inquisidor General y posteriormente en el año 1623 el papa Urbano VIII a instancias de Felipe IV lo nombró obispo de Chiapas.
En Chiapas prohibio que las mujeres tomaran chocolate durante los sermones so pena de excomunion de lo cual hicieron burla terminando incluso en enfrentamientos en la Catedral y finalmente con su envenenamiento. Una de ellas por medio de un paje del obispo con el que tenia "confianza" lo enveneno con una taza de chocolate.
Portada adintelada de piedra vista entre pilastras planas de orden toscano.
Puerta de clavazón con reja mirador y puertezuela con llamador.
Tiene buena rejería.
Conserva la solería original con baldosas de mármol negro procedentes del desaparecido Convento de San Francisco. También la solería de lajas de piedra del patio procede del convento.
Con patio que conserva columnas del patio porticado una de ellas con capitel corintio y alguna zapata de madera labrada.
En el patio una fuente de piedra con taza que luce un el escudo policromado de la familia Salazar (Fuente de los Salazares).
Tiene en la puerta como una antigua cartela de asegurado contra los incendios.
En la clave del dintel tiene tallado en piedra su antiguo número, el 8.
En esta casa es donde transcurre la leyenda de la viuda del banquero de ochenta mil duros en onzas de oro.
Según relata Rafael Ortega y Sagrista en Jaén: calles con encanto:

A mediados del siglo XIX, doña Ana, la rica viuda de un banquero fue denunciada por ocultación de bienes que, según la codicia de uno de sus hijos, había sustraído de la herencia. Las autoridades registraron la casa pero no hallaron nada. Esa noche, la señora, provista de herramientas de albañilería y acompañada de su fiel sirvienta, se dirigió por pasillos tenebrosos hacia oscuras estancias.

Al pasar por delante de un retrato de su esposo muerto, la señora hizo un gesto que, sin duda, el difunto no consentiría. Un gesto que le fue reprochado por la sirvienta. La señora, ofendida por el reproche, mandó a la criada a su habitación. Entonces, ella misma preparó un escondrijo donde guardó el tesoro: ochenta mil duros en onzas de oro.

Al poco tiempo murió doña Ana y, como no dejó escrito dónde guardó el tesoro ni reveló su secreto a nadie en vida, fue imposible encontrarlo. Después, se cerró la casa, que fue luego habitada por nuevos inquilinos. A partir de ese momento surgieron continuos rumores de repentinos enriquecimientos. No se sabe si esto es cierto o no o si la canasta llena de oro permanece aún escondida en la casa de los Salazares.