- Coordenadas UTM (Datum ED 50): X: 429922 Y: 4179028
- Con una altitud: 585 msnm.
- Referencia catastral: 001000200VG27H
- Uno de los lavaderos públicos que existían en Jaén.
- Situado en la vertiente sur de la ciudad, al pie de La Peña, aprovecha el agua de un manantial de la Fuente de la Peña utilizado desde antaño, para regar las huertas y olivares de las tierras circundantes.
- El manantial que daba vida a los antiguos lavaderos terminaba alimentando el Arroyo de Riocuchillo, mas abajo convertido en el eje pluvial del valle del paraíso de Jaén, Valparaiso.
- En el siglo XVIII, el deán José Martínez de Mazas ya había ordenado construir una pequeña balsa con muro de contención, pero será en 1905 cuando se habilitó una construcción para lavadero público. Y plantó con su mano la arboleda de alrededor que todavía se podía ver en una foto de 1862.
- En 1906 blanquearan los muros del lavadero publico.
- La obra actual es el resultado de la remodelación a llevada a cabo por Luis Berges Roldán en el último tercio del siglo XX.
- La construcción se conforma por un cuerpo rectangular porticado y cubierta a cuatro aguas, con hueco lateral de acceso.
- En la actualidad posee un caudal bajo.
- Este lavadero ha sido reconstruido a finales del siglo XX, pero existen otros dos por debajo de la carretera (Antiguo Lavadero de la Fuente de la Peña).
El espectro de la Fuente de la Peña
Un arriero que regresaba de los Villares una noche, al pasar por la Fuente de la Peña le pareció oír los sollozos de un niño. En la
Fuente de la Peña, muy cerca ya de la entrada sur de la capital, había, aún queda el edificio, un lavadero, donde las mujeres subían a lavar la ropa. El arriero tal vez pensó que se trataba del hijo de alguna de aquellas lavanderas que se había perdido.
Entre la oscuridad buscó el origen de los sollozos y sí, era un niño de unos dos o tres años. Lo tomó en brazos y procuró tranquilizarlo. Cuando cesó de llorar, se lo colocó atrás en la mula y continuó su camino hacia la capital.
Ya entrando en el barrio de San Felipe, un poco antes de llegar a la Glorieta, el arriero empezó a notar que las mulas iban tornando su paso en fatigoso. Parecía como si un peso muy las lastrara. El hombre se extrañó y cuando echó la cabeza hacia atrás para ver qué pasaba en la recua, se encontró con que el niño se había convertido en un ser enorme y monstruoso, una criatura de rostro terrible y enormes dientes. Y con cierta sorna, le preguntó:
- ¿Tienes dientes como yo?
El arriero que pese a ser un hombre hecho y derecho, descabalgó de un salto y, sin ocuparse de sus mulas se desperdigaron por calles y caminos, salió corriendo al tiempo que se santiguaba.
Recogida por Manuel Amezcua de José de la Vega Gutiérrez, en 1947.